miércoles, 6 de marzo de 2013

LXIV La adoración de los servidores de los Reyes

Terminada la adoración del Niño, los Reyes se volvieron a sus carpas con sus acompañantes. Los criados y servidores se dispusieron a entrar en la gruta. Habían descargado los animales, levantado las tiendas, ordenado todo; esperaban ahora pacientemente delante de la puerta con mucha humildad. Eran más de treinta; había algunos niños que llevaban apenas unos paños en la cintura y un manto. Los servidores entraban de cinco en cinco en compañía de un personaje principal, al cual servían; se arrodillaban delante del Niño y lo adoraban en silencio. Al final entraron todos los niños, que adoraron al Niño Jesús con su alegría inocente.

Los criados no permanecieron mucho tiempo en la gruta, porque los Reyes volvieron a hacer otra entrada más solemne. Se habían revestido con mantos largos y flotantes, llevando en las manos incensarios. Con gran respeto incensaron al Niño, a la Madre, a José y a toda la gruta del Pesebre. Después de haberse inclinado profundamente, se retiraron. Esta era la forma de adoración que tenía la gente de ese país.

Durante todo este tiempo María y José se hallaban llenos de dulce alegría. Nunca los había visto así: derramaban a menudo lágrimas de contento, pues los consolaba inmensamente al ver los honores que rendían los Reyes al Niño Jesús, a quien ellos tenían tan pobremente alojado, y cuya suprema dignidad conocían en sus corazones. Se alegraban de que la Divina Providencia, no obstante la ceguera de los hombres, había dispuesto y preparado para el Niño de la Promesa lo que ellos no podían darle, enviando desde lejanas tierras a los que le rendían la adoración debida a su dignidad, cumplida por los poderosos de la tierra con tan santa munificencia. Adoraban al Niño Jesús juntamente con los santos Reyes y se alegraban de los homenajes ofrecidos al Niño Dios.

Las tiendas de los visitantes estaban levantadas en el valle, situado detrás de la gruta del Pesebre hasta la gruta de Maraha. Los animales estaban atados a estacas enfiladas, separados por medio de cuerdas. Cerca de la carpa más grande, al lado de la colina del Pesebre, había un espacio cubierto con esteras. Allí habían dejado algo de los equipajes, porque la mayor parte fue guardada en la gruta de la tumba de Maraña. Las estrellas lucían cuando terminaron todos de pasar a la gruta de la adoración. Los Reyes se reunieron en círculo junto al terebinto que se alzaba sobre la tumba de Maraña, y allí, en presencia de las estrellas, entonaron algunos de sus cantos solemnes. ¡Es imposible decir la impresión que causaban estos cantos tan hermosos en el silencio del valle, aquella noche! Durante tantos siglos los antepasados de estos Reyes habían mirado las estrellas, rezado, cantado, y ahora las ansias de tantos corazones había tenido su cumplimiento. Cantaban llenos de exaltación y de santa alegría.

Mientras tanto José, con la ayuda de dos ancianos pastores, había preparado una frugal comida en la tienda de los Reyes. Trajeron pan, fruta, panales de miel, algunas hierbas y vasos de bálsamo; pusieron todo sobre una mesita baja cubierta con un mantel. José habíase procurado todas estas cosas desde la mañana, para recibir a los Reyes, cuya venida ya esperaba, porque la había anunciado de antemano la Virgen Santísima. Cuando los Reyes volvieron a su carpa, vi que José los recibía muy cordialmente y les rogaba que, siendo ellos los huéspedes, se dignaran aceptar la sencilla comida que les ofrecía. Se colocó junto a ellos y dieron principio a la comida.

José no mostraba timidez alguna; pero estaba tan contento que derramaba lágrimas de pura alegría. Cuando vi esto pensé en mi difunto padre, que era un pobre campesino, el cual con ocasión de mi toma de hábito se vio en la ocasión de sentarse a la mesa con muchas personas distinguidas. En su sencillez y humildad había sentido al principio mucho temor; luego se puso tan contento que lloró de alegría: sin pretenderlo, ocupó el primer lugar en la fiesta.

Después de aquella pequeña comida José se retiró. Algunas personas más importantes se fueron a una posada de Belén, y los demás se echaron sobre sus lechos tendidos formando círculo bajo la tienda grande, y allí descansaron de sus fatigas. José, vuelto a la gruta, puso todos los regalos a la derecha del Pesebre, en un rincón, donde había levantado un tabique que ocultaba lo que había detrás.

La criada de Ana que habíase quedado después de la partida de su ama, se mantuvo oculta en la gruta lateral durante todo el tiempo de la ceremonia, y no volvió a aparecer hasta que no se hubieron marchado todos. Era una mujer inteligente, de espíritu muy reposado. No he visto ni a la Santa Familia ni a esta mujer mirar con satisfacción mundana los regalos de los Reyes: todo fue aceptado con reconocimiento humilde y, casi enseguida, repartido caritativamente entre los necesitados.

Esta noche hubo bastante agitación con motivo de la llegada de la caravana a la casa donde se pagaba el impuesto. Hubo más tarde muchas idas y venidas a la ciudad, porque los pastores, que habían seguido el cortejo, regresaban a sus lugares. También he visto que mientras los Reyes, llenos de júbilo, adoraban al Niño y ofrecían sus presentes en la gruta del Pesebre, algunos judíos rondaban por los alrededores, espiando desde cierta distancia, murmurando y conferenciando en voz baja. Más tarde volví a verlos yendo y viniendo en Belén y dando informes. He llorado por estos desgraciados. Sufro viendo la maldad de estas personas que entonces como también ahora se ponen a observar y a murmurar, cuando Dios se acerca a los hombres, y luego propalan mentiras, fruto de malicia y perversidad. ¡Oh, cómo me parecían aquellos hombres dignos de compasión! Tenían la salvación entre ellos y la rechazaban, en tanto que estos Reyes, guiados por su fe sincera en la Promesa, habían venido desde tan lejos para buscar la Salvación.

En Jerusalén he visto hoy a Herodes en compañía de algunos escribas, leyendo rollos y hablando de lo que habían contado los Reyes. Después, todo entró de nuevo en calma como si hubiese interés en hacer silencio en torno de este asunto.